Comunicar un Ahogamiento en los Medios de Comunicación

Noticias Prensa

Durante el desarrollo del proyecto de seguimiento de ahogamientos que llevamos a cabo desde 2011, hemos observado que en el tratamiento que los medios de comunicación hacen de los ahogamientos persisten clichés, términos y conceptos desfasados o erróneos, como el “corte de digestión”.

A menudo, la dificultad de obtener datos fiables sobre un incidente de ahogamiento proviene de los diferentes estilos que utilizan los medios de comunicación que, en muchas ocasiones, reproducen noticias de agencia poco detalladas o únicamente los titulares. Lo sabemos por experiencia, solo en el año 2013 revisamos más de 1200 alertas por correo electrónico, cada una con una media de 6 noticias.

Por lo general, no se especifican con claridad las circunstancias de los posibles ahogamientos, no se incluyen datos que serían relevantes para su entendimiento o valoración; se omite la intervención de Socorristas o la realización de maniobras de resucitación y no se hace un seguimiento del pronóstico de los casos de ahogamiento no fatal. El etiquetado de las noticias tampoco es uniforme, muchas veces se omiten las relacionadas con “ahogamiento”, clasificándose como “suceso”, “muerte accidental”, etc.

En este sentido, creemos que nuestra misión es proporcionar a los medios de comunicación y periodistas, (pero también a todos aquellos que, profesionalmente o no, gestionan la comunicación de prensa y en las redes sociales de los servicios de emergencia, que son en definitiva quienes facilitan la información que luego se publican en las noticias), el marco adecuado para que, ante un ahogamiento, puedan evaluar cuáles son los datos relevantes que han de recoger y transmitir a los lectores, con el objetivo principal de concienciar a la población de la importancia que tiene el Ahogamiento y también de cara a que el sistema de alertas o las búsquedas de Google las identifiquen de cara a un adecuado seguimiento.

Por ello y para que las noticias puedan ser útiles, se efectúe un tratamiento uniforme de los datos noticiables y se produzca un impacto positivo sobre el público, realizamos las siguientes recomendaciones a los medios de comunicación:

 – Etiquetar la noticia con la palabra “Ahogamiento”, e incluir en el titular esta palabra o derivada siempre que sea posible.

 – Utilizar correctamente los términos científicamente aceptados que describen los ahogamientos: (ver anexo) evitando términos como “ahogamiento incompleto”, “corte de digestión”, etc.

– Proporcionar los datos básicos de la víctima: Sexo, edad, procedencia y nacionalidad.

 – Describir la secuencia de acontecimientos del incidente, incluyendo dentro de lo posible los siguientes datos:

– Quiénes realizaron el avistamiento de la víctima, ejecutaron el rescate y realizaron la RCP (transeúntes, otros bañistas, personas con conocimientos de RCP/SVB (Reanimación cardio-pulmonar o Soporte Vital Básico), Socorristas, Personal sanitario o de emergencias, etc)

– Circunstancias del medio acuático en el momento del incidente (bandera verde, amarilla, roja en playas. Corrientes, u otras) relevantes en el incidente.

– Si la víctima fue rescatada con conocimiento o ya inconsciente.

– Si la víctima muestra signos de haber aspirado y/o tragado agua (como son: tos y presencia de espuma en la boca y nariz, y que indican un proceso de ahogamiento. En los casos en que el ahogamiento por inmersión se desarrolla completamente, puede aparecer también distensión gástrica por la ingesta de agua y como consecuencia, vómitos)

 – Destacar las circunstancias, especialmente si hubo alguna que pudo influir o  agravar las consecuencias (imprudencia, falta de supervisión, consumo de alcohol o drogas, incumplimiento de normas de seguridad, etc.) e Incluir mensajes con consejos y medidas de seguridad relevantes en relación al caso.

 – Seguimiento del pronóstico de la víctima, incluyendo aquellas que pasan a tratamiento hospitalario y pueden fallecer o ser dadas de alta con posterioridad.

Anexo I: El proceso de Ahogamiento

 Definición

El ahogamiento se define como: «el proceso por el que se experimenta un impedimento para respirar por la sumersión en un líquido», que comienza cuando las vías aéreas (boca y nariz) de una persona quedan bajo el agua (sumersión) o el agua pasa por encima de la cara (inmersión).

 Definición

El proceso de ahogamiento pasa por varias fases:

– Incidente: momento en el que se produce el suceso que afecta a la capacidad del nadador para mantener: respiración, flotación o desplazamiento en el agua. Los factores que precipitan un ahogamiento pueden ser muy diversos, incluyendo causas externas, como ser arrastrado por una corriente, caer al agua inesperadamente, poca competencia acuática o sufrir un accidente de circulación, y también causas médicas o patologías preexistentes (IAM; ACVA). Las respuestas motoras se modifican y se cambia de una natación “normal” a una respuesta motora que busca mantener la cabeza fuera del agua, con posición corporal vertical y movimientos de brazos de arriba hacia abajo para sustentarse en el agua. En esta fase las víctimas con capaces de gritar o pedir socorro.

– Puede ocurrir que la persona pierda la consciencia o sufra una parada cardio-respiratoria súbita (por traumatismo; síndrome de hidrocución; IAM o ACVA), en cuyo caso, en función de su peso específico, caerá hacia el fondo o flotará inconsciente en el agua, muriendo si no es rescatada por la falta de oxígeno.

– Pérdida de control: El nadador entra en una situación en la que no puede recupere la seguridad sin ayuda externa y comienza a tener dificultades para mantenerse a flote y conservar boca y nariz por encima del agua para respirar con normalidad, por lo que se mantiene en apnea o respirando a intervalos. Se produce una intensa activación psíquica y fisiológica (respuesta de estrés al peligro), normalmente las víctimas no pueden gritar o pedir socorro, no gesticulan o sacan los brazos por encima del agua y para una persona no entrenada no parecen estar en peligro. Deben alertarnos ciertos detalles como la cara semisumergida con la boca y nariz bajo el agua, los ojos abiertos o el pelo en la cara o la falta de respuesta si se les pregunta si están bien.

– Distrés: El nadador intenta recuperar la seguridad luchando en el agua para salir a flote. En esta fase las víctimas ya no son capaces de respirar porque las vías aéreas quedan sumergidas o al intentarlo se pueden producir pequeñas aspiraciones (y degluciones o “tragones”) de agua. La intensa activación psicológica y fisiológica y la falta de oxígeno hacen que la víctima se agote rápidamente.

– Ahogamiento: Debido a la falta de oxígeno, el sistema nervioso fuerza a la víctima a respirar, con el resultado de que se aspira agua y, como reflejo defensivo, se produce también deglución de líquido, con el resultado de encharcamiento pulmonar y distensión gástrica. La víctima pierde el conocimiento y, en función de su peso específico, caerá hacia el fondo o flotará inconsciente en el agua.

– Fase Terminal: Si la víctima inconsciente no es rescatada, el cerebro se deteriora por la falta de oxígeno y se produce daño cerebral hipóxico y la muerte.

 En función de las circunstancias, este proceso de ahogamiento puede durar entre 30 segundos y varios minutos. Una vez se alcanza la fase de Ahogamiento, si la víctima no es rescatada y se le proporciona Soporte Vital Básico por personas entrenadas en un plazo de 1 a 3 minutos o Soporte Vital Avanzado por personal médico de emergencias en un máximo de 8 minutos las posibilidades de recuperación son prácticamente nulas.

 Por otra parte, si una persona ha aspirado líquido y ha sido rescatada en estado consciente, puede sufrir un síndrome de insuficiencia respiratoria aguda (SDRA) en los minutos u horas siguientes, causada por la propia aspiración, irritación por los elementos químicos o una infección por las bacterias contenidas en el líquido. Por ello, toda persona con síntomas de haber aspirado líquido en un ahogamiento ha de ser valorada por un médico y mantenerse en observación médica o familiar en las 24/48 horas siguientes al incidente.

 Anexo II: Terminología:

 

Ahogamiento No Fatal

– Si la persona es rescatada y el proceso de ahogamiento se detiene, recuperando respiración y pulso cardíaco.

 Ahogamiento Fatal

– Si la persona fallece como consecuencia del ahogamiento, éste se denomina «ahogamiento fatal», incluyendo las personas que fallecen posteriormente debido a sus consecuencias directas.

 – Las causas más comunes de fallecimiento en las víctimas hospitalizadas por ahogamiento son:

– Muerte cerebral atribuible a la hipoxia severa o lesión cerebral isquémica.

– Síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA)

– Fallo multiorgánico secundario a hipoxia severa o lesión isquémica

Síndrome de sepsis atribuible a la neumonía por aspiración o infecciones nosocomiales (contraídas dentro del hospital)

 Rescate Acuático

– Todo incidente sin evidencia de una dificultad respiratoria se considera un «Rescate Acuático»

 Otras denominaciones no aceptadas

– Se abandonan definitivamente las descripciones como «ahogamiento seco o húmedo»; «ahogamiento secundario»; «ahogamiento pasivo y activo; “Ahogamiento incompleto”, etc.

 – Para la uniformidad de los informes sobre ahogamientos se debe utilizar las directrices de Utstein: Recommended Guidelines for Uniform Reporting of Data From Drowning.

Informe preliminar Ahogamientos en España hasta Julio.

ESS-Ahogamientos

Descarga: Informe Preliminar Ahogamientos España Enero a Julio 2014

Como parte de un proyecto de investigación iniciado en 2008, y para concienciar de la importancia que tienen las muertes por ahogamiento, relacionamos los casos de rescates y fallecimientos relacionados con el medio acuático que se han producido en España desde el inicio del año, publicados por los medios de comunicación o los servicios de emergencia.

Este estudio dirigido por Luis Miguel Pascual, Director Técnico de la Escuela Segoviana de Socorrismo, comenzó en 2008, con un muestreo y análisis de los datos que proporcionaban las noticias publicadas en la prensa escrita sobre ahogamiento en España con el objetivo de diseñar un sistema de recogida de datos que permitiera realizar un seguimiento y análisis exhaustivo de los incidentes relacionados con el ahogamiento en España y obtener datos que permitan reflejar la realidad de esta tragedia.

Desde Enero de 2011 y a través de las búsquedas de Google con alertas de contenido por palabras clave se recogen todas las noticias publicadas en los medios de comunicación digitales sobre incidentes relacionados con ahogamiento en España. La previsión es completar un ciclo de al menos 4 años completos que posibilite reunir una muestra lo suficientemente representativa para abordar un análisis epidemiológico y obtener conclusiones aplicables a programas de prevención de ahogamiento que nos permitan mejorar las estrategias de prevención y su efectividad e incidencia en las cifras de fallecidos, especialmente entre la población infantil.

Además de Luis Miguel Pascual, participan: Miguel González, Profesor y Coordinador de Formación de la ESS; Cristina San Juan, Socorrista, DUE y Profesor de Primeros Auxilios de la ESS en la recopilación y revisión de los datos y Darío Pascual, Socorrista de la ESS y Licenciado en Economía en el tratamiento y análisis estadístico, así como el resto del Equipo Técnico de la ESS.

Queremos especialmente destacar la inestimable colaboración que desde el inicio del proyecto en el diseño de la metodología de recogida y análisis de los datos han venido prestando Stathis Avramidis, colaborador del Centro Helénico para la Prevención y el Control de Enfermedades de Kuvaras-Attikis, (Grecia), y el Dr. Joost Bierens, médico anestesiólogo, consultor jefe de la Maatschappij tot Redding van Drenkelingen y asesor médico de la Royal Netherlands Sea Rescue Institute.

También contamos con la colaboración de organizaciones y Socorristas que nos comunican incidentes y detalles de las intervenciones relevantes para el estudio, como AETSAS, Emergencies Setmil, Blog Vigias, y numerosos compañeros y amigos.

Si quieres colaborar o tienes conocimiento de algún incidente que no esté recogido, te agradeceremos que nos lo comuniques mediante un correo electrónico con el enlace a la noticia o reseña. También puedes publicarlo en Twitter con el HT #Ahogamiento y mencionando a @SosSegovia.

Estos datos están a pública disposición, con el único requisito de citar la fuente y a la Escuela Segoviana de Socorrismo.

Muchas gracias por tu colaboración, entre todos conseguiremos aumentar la concienciación frente a la amenaza que supone el ahogamiento en nuestro país.

 

Relación de incidentes de Ahogamiento recopilados.

Reseñamos los casos ordenados cronológicamente con un enlace a una de las noticias publicadas en medios digitales.

Abrir listado de Ahogamientos España 2014

El espasmo de glotis en el ahogamiento, ¿realidad o mito? – Espasmo de glote no afogamento – realidade ou mito?

Publicado originalmente en : www. sobrasa.org

Autor: David Szpilman

Traducido, con permiso del autor, por Luis Miguel Pascual.

Es muy común en ahogamiento que oigamos hablar de “espasmo de glotis” pero, ¿cuántas veces ocurre en realidad?.

Para entender este concepto adecuadamente es importante que conozcamos un poco de fisiopatología, es decir, cuáles son los procesos fisiológicos cuando ocurre una patología de ahogamiento. En un proceso de ahogamiento, cuando no hay una alternativa para mantener las vías aéreas fuera del agua, la apnea voluntaria es la primera respuesta mientras se conserva la consciencia. El agua en la boca se ingiere o expulsa de forma activa. Cuando ocurre la primera aspiración involuntaria de agua, provoca tos a menudo (>98%) y muy raramente (<2%) laringoespasmo (espasmo de glotis). La alteración fisiopatológica más importante en el ahogamiento es la hipoxemia (bajo nivel de oxígeno en la sangre). En caso de ocurrir un espasmo de glotis, la hipoxemia generada provocará su relajamiento en algunos segundos o minutos. Por tanto, se aspirará más agua rápidamente hacia los pulmones, haciendo difícil o ineficaz obtener oxígeno, produciéndose disminución o pérdida de la consciencia, con una rápida progresión a la apnea involuntaria y, finalmente, a la parada cardíaca por asistolia.

El mito del espasmo de glotis fue creado en los años 40, cuando casi el 20% de los casos de personas encontradas muertas en el agua no mostraban agua en los pulmones. Lo que de hecho sucede y hoy conocemos bien es que la práctica totalidad de estas personas fallecen dentro de agua por otras causas (IAM –Infarto Agudo de Miocardio-; ACVA –Accidente Cardio-Vascular-; arritmias cardíacas u otras patologías) y no ahogadas.

Otra evidencia que nos lleva a a decir que esta hipótesis no es verdadera es el hecho indiscutible de que una gran mayoría de los ahogados refieren una gran dificultad para respirar después de una aspiración de agua, como “si algo les hubiera bloqueado la respiración”. El hecho de que no se hubiera encontrado evidencia de agua en los pulmones en aquella época, llevó a aceptar la hipótesis del espasmo de glotis.

En todos los casos de ahogamiento existe aspiración de agua. No existe, por tanto, ahogamiento sin la entrada de agua en las vías aéreas.

Esta aspiración de agua puede varias de pequeña a grande, según el grado de ahogamiento que encontremos. Si no hay aspiración de agua, estaremos solamente ante un caso de “rescate acuático”. La sensación de “espasmo de glotis”, como si algo tuviese bloqueadas las vías aéreas relatado por personas que se ahogan, es causada por la presión del agua que funciona como una obstrucción, que se deshace por el esfuerzo inspiratorio hacia el pulmón o al ser expelida por el reflejo de tos.

Para obtener más información, consulte la Bibliografía que se cita al pie.

Espasmo de glote no afogamento – realidade ou mito?

É muito comum no afogamento, ouvirmos falar em espasmo de glote, mas quanto desta ocorrência é real?.

Para entendermos este conceito adequadamente é importante conhecermos um pouco de fisiopatologia, ou seja, quais os processos fisiológicos ao ocorrer à patologia afogamento. No processo de afogamento, quando não há alternativa para manter as vias aéreas fora da água, a apnéia voluntária é a primeira resposta enquanto a consciência ainda está preservada. A água na boca é ativamente cuspida ou engolida. A primeira aspiração involuntária de água, quando ocorre, provoca tosse freqüentemente (> 98%) ou laringoespasmo (espasmo de glote) raramente (<2%), levando a hipóxia. A alteração fisiopatológica mais importante no afogamento é a hipoxemia (baixa de oxigênio no sangue). No caso de ocorrer o espasmo de glote, a hipoxemia gerada provocará seu relaxamento em alguns segundos ou minutos. Então, mais água será rapidamente aspirada para os pulmões, tornando difícil ou ineficaz a obtenção de oxigênio, instituindo-se torpor ou perda de consciência, com evolução rápida para a apnéia involuntária e, finalmente, a parada cardíaca por assistolia.

O mito do espasmo de glote foi criado a partir dos anos 40 quando quase 20% dos casos de pessoas encontradas mortas na água não tinham água em seus pulmões. O que acontece de fato e hoje sabemos bem, é que estas pessoas em quase sua totalidade morrem de outras causas (IAM, AVC, arritmias cardíacas, e outros) dentro da água e não afogadas. Outra evidencia que nos levou a esta hipótese não verdadeira é o fato incontestável de uma grande maioria de afogados relatarem uma grande dificuldade em respirar após a aspiração de água, como “se algo tivesse travado a respiração”. O fato de não termos encontrado evidencia de água nos pulmões naquela época nos fez ir para esta hipótese de espasmo de glote.

Em todos os casos de afogamento existe aspiração de água. Não existe, portanto afogamento sem a entrada de água em vias aéreas. Esta aspiração de água pode variar de pequena a grande, variando então o grau de afogamento encontrado. Se não houve aspiração de água é somente um caso de resgate aquático. A sensação de “espasmo de glote” como se algo tivesse fechado nas vias aéreas relatado por pessoas que se afogaram, são causadas pela coluna de água que funciona como uma obstrução, e que se desfaz pelo esforço inspiratório indo ao pulmão ou sendo expelido pela tosse.

Para mais informações sobre o assunto procure em biblioteca em Dr David Szpilman <david@szpilman.com>

Referencias bibliográficas

Szpilman D, Elmann J & Cruz-Filho FES; Dry-drowning – Fact or Myth?; World Congress on Drowning, Netherlands 2002, Book of Abstracts, ISBN:90-6788-280-01, Poster presentation, pg 176.
Szpilman D. “Recommended technique for transportation of drowning victim from water and positioning on a dry site varies according to level of consciousness” American Heart Association (AHA) e International Liaisson Comittee for resuscitation (ILCOR), Budapest, Setembro de 2004.
Szpilman D and Handley A; Positioning the Drowning Victim; section 6(6.6) Resucitation, in Hand Book on Drowning:Prevention, Rescue and Treatment, edited by Joost Bierens, Springer-Verlag, 2005, pg 336-341
Idris AH, Berg R, Bierens J, Bossaert L, Branche C, Gabrielli A, Graves SA, Handley J, Hoelle R, Morley P, Pappa L, Pepe P, Quan L, Szpilman D, Wigginton J, Modell JH: Recommended guidelines for uniform reporting of data from drowning: the “Utstein Style”. Circulation 2003; 108:2565-2574
Modell JH, Bellefleur M, Davis JH: Drowning without aspiration: is this an appropriate diagnosis? J Forensic Sci 1999:;44:1119-1123
Szpilman D, Orlowski JP, Bierens J. Drowning. In: Vincent JL, Abraham E, Moore AF, Kochanek P, Fink M(ed). Textbook of Critical Care, 6th edition – Chapter 71; Pg 498-503; Elsevier Science 2011.
Szpilman D, Handley AJ, Bierens JJLM, Quan L, Vasconcellos R. Drowning. In: John M. Field, ed. The Textbook of Emergency Cardiovascular Care and CPR. Lippincott Williams & Wilkins, 2009:477-89.
Van Beeck EF, Branche CM, Szpilman D, Modell JH, Bierens JJLM. A new definition of drowning: towards documentation and prevention of a global public health problem. Bull World Health Organization 2005;83(11):853-6.

 

Perder la vida intentando un rescate por amor. Would-be rescuers losing their lives

Imagen de http://www.mlive.com/news/grand-rapids/index.ssf/2009/08/swimmers_warned_to_stay_out_of.html

Fuente: http://www.stuff.co.nz/national/9574440/Would-be-rescuers-losing-their-lives
Traducción de Luis Miguel Pascual.

CALEB STARRENBURG, SEAN WILLIS/Fairfax NZ

Era el final de la tarde del 4 de Enero de 2009 cuando Sonny Fai, defensa de los New Zealand Warriors, se ahogó en la playa de Bethells mientras intentaba salvar a su hermano de 13 años. Su hermano consiguió llegar a la orilla, pero el cuerpo de Fai nunca se encontró. Tres años después, Peter Apappa, de 54 años, se ahogó mientras rescataba a su hijo y su sobrino, que se encontraban en peligro mientras recogían moluscos en la playa Te Puna de Tauranga. Los dos niños, ayudados por Apappa, llegaron ilesos a la playa.

El pasado 4 de Noviembre, durante la celebración de una boda en la playa de Iwitea y ante toda la familia, Sage Smith de 22 años y su sobrino Kustom Blandford de 7, murieron ahogados en un intento desesperado de salvar la vida de Ocean, la hermana de Kustom, quien sí sobrevivió.

En Nueva Zelanda, se están perdiendo vidas con una trágica frecuencia, al intentar rescatar a un ahogado, con frecuencia un familiar o un allegado. Entre 1980 y 2012, un total de 81 personas se ahogaron al intentar un rescate. El fenómeno está tan extendido que se conoce como Sindrome AVIR, (por las iniciales del inglés: «Aquatic Victim Instead of Rescuer»; Víctima Acuática en Lugar del Rescatador).

Sólo en 2012, seis neozelandeses perdieron la vida en un intento de rescate, incluyendo a Zebedee Pua, de 15 años, que perdió la vida al ayudar a una niña en la playa de O’Neills de la costa oeste de Auckland y Peter Lewis, de 59 años, que trataba de salvar a su perro en el lago de Auckland.

La situación es similar en Australia, dónde entre 1992 y 2010, se ahogaron 103 personas en circunstancias similares. En tres de cada cuatro casos, la persona que intentaban rescatar se salvó.

Que se puede hacer para prevenir que estos rescatadores casuales pierdan sus vidas es un gran dilema para los expertos. El reto es doble: además que desde niños se los guía para actuar de manera altruista en situaciones de vida o muerte, tenemos una tendencia a sobrestimar nuestras habilidades en el agua, mientras minusvaloramos el riesgo que representa un rescate. Igualmente desconcertante de entender es por qué la víctima a menudo sobrevive, y el rescatador fallece.

John Pearn, pediatra en el Royal Children’s Hospital de Brisbane, y Richard Franklin miembro investigador de la Royal Lifesaving Society en Australia, fueron los primeros en estudiar el síndrome AVIR y el autor de «El impulso de rescatar». Explican que nuestros impulsos altruistas se aprenden primariamente cuando niños y se refuerzan en la vida adulta.

«Todas las sociedades alaban el altruismo y el coraje. En la Commonwealth, las naciones otorga su mayor distinción, la «Cruz Victoria» y la «Cruz George» a aquellos que intentan salvar la vida de otros encarando un riesgo de muerte».

Este «Impulso de rescatar«, afirma, es particularmente fuerte cuando afecta a la familia. «En estos casos, la sangre es más fuerte que el agua», explica la psicólogo Sara Chatwin, «cuando las emociones y los lazos familiares se unen con la necesidad de actuar, el impulso se hace mayor y más urgente.

Pearn y Franklin creen que debemos aceptar que es virtualmente imposible contener este reflejo de rescate. En su lugar, afirman, debemos enfocar nuestra energía en proporcionar a las personas las habilidades necesarias que se necesitan para hacer un rescate con seguridad.

«Es importante darse cuenta de que ningún Socorrista entrenado hará un rescate sin su material de rescate flotante», dice Teresa Stanley, de WaterSafe Auckland. Una persona que se ahoga intentará agarrarse instintivamente para poder salir y respirar y si lo hace con el rescatador puede sumergirlo y ponerle en peligro.

Stanley cree firmemente que en las clases de natación, todos los niños y padres deben aprender habilidades básicas de seguridad en el medio acuático, incluyendo la capacidad de rescatar a otros sin poner sus vidas en peligro.

Es necesario promover rescates sin contacto con la víctima, ayudándose de elementos flotantes, afirma, lo que incluye intentar alcanzar a una persona desde un lugar seguro utilizando una rama o lanzando una cuerda o salvavidas o una ayuda flotante improvisada y, sólo como último recurso, intentar un rescate con una tabla de surf o una canoa. Esta técnica se conoce como: Alcanzar-Arrojar-Remar.

El Dr. Kevin Moran, Profesor de la Universidad de Auckland, lleva más de una década estudiando las conductas y actitudes de los neozelandeses en relación con el agua. Como co-autor de: «Disposición para Rescatar: La percepción de los testigos presenciales de su capacidad para responder en una emergencia por ahogamiento«, explica que las habilidades de natación y rescate se han venido incluyendo tradicionalmente como componentes del currículo formativo de la educación física en la escuela. Por el contrario, afirma, se ha hecho muy poco esfuerzo en evaluar si estos contenidos nos proporcionan la formación adecuada para intentar un rescate acuático.

Una encuesta de ámbito nacional entre los jóvenes de Nueva Zelanda, publicada en 2008, encontró que uno de cada tres consideraban que no tenían habilidades para intentar un rescate y más de la mitad expresaron dudas sobre su capacidad para hacer un rescate en el mar.

El pasado año, Moran encuestó a los participantes en el Festival Pasifika sobre cómo reaccionarían si vieran una persona en peligro en el agua. Los resultados, detallados en el artículo citado, son preocupantes. Sólo el 30% de los encuestados contestaron que intentarían alcanzar un objeto flotante a la víctima y casi la mitad afirmaron que entrarían en el agua para intentar un rescate, incluyendo más de la tercera parte de aquellos que respondieron que no eran capaces de nadar 100 metros.

«Esto sugiere que cuanto menos capaz sea una persona de realizar un rescate, estará en mayor riesgo de ahogarse por no saber reconocer sus limitaciones».

Es alarmante, dice Moran, que la opción menos elegida por los encuestados, usar un recurso flotante, se considera que es la mejor actuación en la mayoría de los rescates en aguas abiertas.

Mientras el equipamiento público de rescate no está tan presente en Nueva Zelanda como en otros países, WaterSafe Auckland trabaja para instalar salvavidas en las áreas de mayor riesgo, explica Stanley. «En los últimos cinco años hemos llevado a cabo el proyecto «Angel Rings«, instalando salvavidas para incrementar la seguridad entre los pescadores que utilizan las zonas rocosas. Ya se han usado con éxito para salvar a pescadores que han caído de las rocas y también hemos instalado algunos en las zonas costeras de Auckland».

Pero si proteger a los rescatadores del ahogamiento requiere entender realmente el comportamiento humano, además de mejor educación, incluyendo la difusión de las técnicas de rescate sin contacto con la víctima, ello no responde a la pregunta de por qué la primera víctima, es decir, la persona que necesita ayuda y precipita el rescate, a menudo sobrevive mientras que su rescatador no.

La teoría más comúnmente aceptada es que los rescatadores se agotan mientras intentan alcanzar y soportar a la víctima que se debate en el agua y que posiblemente sumerge al rescatador en un intento instintivo de mantenerse a flote.

Nuevas investigaciones sobre las corrientes de resaca, responsables de la mayoría de los incidentes en nuestras costas pueden también ofrecer algunas claves. Si fotografiamos una corriente de resaca, lo más probable es que veamos una larga lengua de agua, moviéndose hacia dentro del mar. Sin embargo, esta visión convencional se ha sacudido en los últimos años gracias a las investigaciones Jamie MacMahan, profesor de oceanografía de la Escuela de Postgrado Naval de California.

MacMahan colocó GPS flotantes en las corrientes y trazó sus trayectorias, descubriendo que se asemejan más a remolinos que circulan a través de las olas. Su investigación concluyó que si una persona atrapada en una corriente de resaca es capaz de mantenerse a flote en el agua, «hay un 90% de posibilidades de que sea devuelta a la orilla en aproximadamente tres minutos». Su experimentos con GPS para trazar las corrientes se han repetido en Nueva Zelanda con resultados similares. Esto podría explicar por qué los rescatadores que se agotan mientras sujetan a una víctima agitada se ahogan, mientras que la víctima es devuelta a aguas someras con vida.

Por supuesto, no todos los rescates realizados por los testigos fortuitos acaban en tragedia. El 3 de Febrero de 2014, Brendon Pooley, de Pukeoke estaba en la playa de Kariotahi con su mujer y sus cuatro hijos, fue abordado por una adolescente aterrorizada porque dos de sus amigos estaban atrapados en una corriente de resaca. Su primera respuesta fue enviar a por ayuda, su mujer condujo hasta un lugar en dónde tener cobertura con el teléfono y contactó con el servicio de emergencias. Mientras tanto, Pooley entró en el agua con la tabla de bodyboard de uno de sus hijos y tras 20 minutos de búsqueda logró alcanzarlos. Uno consiguió llegar a la orilla por sí mismo mientras Pooley ayudó con su tabla al segundo, ya exhausto.

A la larga, asegurar que más rescatadores eventuales como Pooley sobreviven, significará que estamos enriqueciendo a los neozelandeses con el conocimiento y la capacidad de tomar decisiones correctas en situaciones críticas en el agua, afirma Stanley.

Caleb Starrenburg es un escritor freelance y pertenece de la patrulla de Socorrismo en la playa de Bethells de Ackland. @cstarrenburg

© Fairfax NZ News

http://www.stuff.co.nz/national/9574440/Would-be-rescuers-losing-their-lives

Luis Miguel Pascual y el Dr. John Pearn en el Memorial por los irlandeses fallecidos en la I Guerra Mundial. durante el Congreso de «The Lifesaving Foundation», en 2012

Would-be rescuers losing their live

CALEB STARRENBURG, SEAN WILLIS/Fairfax NZ

In the late afternoon of January 4, 2009, New Zealand Warriors back-rower Sonny Fai drowned at Bethells Beach while saving his 13-year-old brother. Fai’s body was never found; his brother made it to shore safely. Three years later, 54-year-old Peter Apaapa drowned while rescuing his son and nephew, who got into trouble collecting pipi at Te Puna beach in Tauranga. The children, assisted by Apappa, made their way back to shallow water unharmed. On November 4 last year, as family members gathered in Hawke’s Bay to celebrate a wedding, Sage Smith, 22, and his nephew, 7-year-old Kustom Blandford, drowned during a desperate attempt to save Kustom’s sister, Ocean, from the surf at Iwitea beach. Ocean survived.

Rescuers are losing their lives while saving a drowning person – often a relative – with tragic frequency in New Zealand. Between 1980 and 2012, 81 people drowned while attempting a rescue. The phenomenon is so widespread it is referred to as aquatic victim-instead-of-rescuer, or AVIR, syndrome.

In 2012 alone, six New Zealanders drowned while performing a rescue – they include 15-year-old Zebedee Pua, who lost his life as he helped a young girl to shore at O’Neills Beach on Auckland’s west coast, and 59-year-old Peter Lewis who drowned while trying to save his dog from an Auckland lake.

The situation is similar in Australia, where between 1992 and 2010, 103 people drowned while attempting to save a life. In three-quarters of these cases, the person they had been attempting to rescue survived.

What can be done to prevent rescuers sacrificing their lives has proven a dilemma for water safety experts. The challenges are twofold – not only are we wired from a young age to act altruistically in these sorts of life-and-death situations, but we have a tendency to overestimate our ability in the water, while underestimating the danger it poses. Equally perplexingly to understand is why the person being rescued so often survives when their rescuer does not.

John Pearn, senior paediatrician at Royal Children’s Hospital in Brisbane, and Richard Franklin, senior research fellow at the Royal Lifesaving Society in Australia, pioneered study into AVIR syndrome and are authors of «The Impulse to Rescue». They explain our altruistic impulses are learned primarily in childhood and further reinforced in adult life. «Every society lauds altruism and courage. In the British Commonwealth, nations bestow their highest accolades, the Victoria Cross and the George Cross, upon those who attempt to save the lives of others in the face of mortal risk.»

This «rescue impulse» is particularly strong, they say, when it comes to family. «It is a case of ‘blood being thicker than water’,» explains psychologist Sara Chatwin, who says when emotional and family connections are coupled with the need to act, the driving force becomes greater and more urgent. Pearn and Franklin believe we must accept it is virtually impossible to counter the reflex to rescue. Instead, they say, we should focus our energy on giving people the skills they need to perform a rescue safely.

«It’s important to recognise no trained lifeguard would ever perform a rescue without a flotation device,» says Teresa Stanley of WaterSafe Auckland. This is because a drowning person will instinctively clutch at and even push underwater their would-be saviour. Alongside swimming lessons, all children and parents should be learning basic water safety skills, including the ability to rescue others without putting themselves in danger, Stanley believes.

We need to be promoting non-contact rescues using buoyancy aids, she says. This can include trying to reach a person from a safe place on land using a tree branch, throwing a rope, life preserver or improvised buoyancy aid, and as a last resort attempting a rescue on a surfboard or paddle craft. This is often referred to as the Reach, Throw, Row approach.

Dr Kevin Moran, a principal lecturer at the University of Auckland, has spent more than a decade researching New Zealanders’ behaviour and attitudes around water. The co-author of «Readiness to Rescue: Bystander Perceptions of Their Capacity to Respond in a Drowning Emergency«, he explains rescue skills have traditionally been taught within the swimming and lifesaving component of schools’ physical education syllabus. However, he says little effort has been put into assessing whether this syllabus has properly equipped the public to engage in safe rescues. A nationwide water safety survey of New Zealand youth, published in 2008, found one third considered they had no rescue ability, and more than half expressed doubts about their ability to perform a surf rescue.

Moran recently surveyed people gathered at the annual Pasifika Festival, asking how they would react if they saw someone struggling in the water. The findings – detailed in Readiness to Rescue – are concerning. Only 30 per cent of those surveyed said they would try to get a flotation device to a victim, and almost half indicated they would jump in and attempt a rescue. This included more than one third who reported they could not swim 100 metres.

«This suggests the least-capable would-be rescuers may be at greater risk of drowning by failing to recognise their limitations». Alarmingly, says Moran, the least frequently indicated response, using a flotation device, would be the best course of action in most open water situations.

While public rescue equipment is not as prevalent in New Zealand as in some other countries, WaterSafe Auckland has been working to install rescue buoyancy aids in high-risk areas, Stanley says. «For the last five years we have installed Angel Rings on Auckland’s West Coast to promote safety for rock fishers,» Stanley says. «These have already been used successfully to save fishers washed off the rocks. There are now some around the Auckland waterfront as well.»

But if preventing rescuers from drowning requires a realistic understanding of human behaviour, alongside better education, including the promotion of non-contact rescues skills, it doesn’t answer the question of why the primary victim – the person who needed saving – so often survives when their rescuer does not. The most commonly held theory is that people are exhausting themselves while attempting to reach and support struggling swimmers, who then push their rescuer underwater in an involuntary effort to stay afloat.

New research into rip currents, responsible for the majority of drowning incidents on our beaches, may also provide clues. Picture a rip current, and chances are you’ll envisage a long plume of water, rolling out to sea.

However, this conventional view of a rip has been shaken up in recent years by the work of oceanography professor Jamie MacMahan, from the Naval Postgraduate School in California.

By placing floating GPS units in rips and tracking their progress on a laptop, MacMahan discovered the currents more closely resemble whirlpools that circulate through the surf. His research concluded if you tread water «there’s a 90 per cent chance of being returned to shore within about three minutes». His experiments with GPS trackers have since been repeated in New Zealand, with similar results. This may explain why rescuers who tire themselves supporting a struggling swimmer drown before the initial victim is circulated safely back to shallow water.

Of course, not all bystander rescues result in tragedy. On February 3 last year, Pukekohe father-of-four Brendon Pooley saved two men from the surf at Kariotahi beach. Pooley was preparing to leave the beach with his wife and children at around 7.30pm when he was approached by a panicked teenager. Two of the teen’s friends had been swept out to sea in a rip.

Pooley’s first response was to send for help. His wife drove to the top of a hill to find reception on her phone and contacted emergency services. Pooley meanwhile entered the water with one of his children’s bodyboards. After 20 minutes searching in the dark he was able to reach the missing men. One was able to make his own way back to shore, while Pooley assisted the second exhausted man using his bodyboard as flotation.

Ultimately, ensuring more rescuers such as Pooley survive means arming New Zealanders with the knowledge and critical thinking skills required to make correct decisions around water, Stanley says.

Caleb Starrenburg is a freelance writer and member of Bethells Beach Surf Life Saving Patrol in Auckland

© Fairfax NZ News

Cuatro palabras para evitar tragedias en el agua. Four words to avoid water tragedy

Fuente: The New Zealand Herald, 06/12/2013

Un gran número de personas se ahogan en nuestra aguas cada año y, trágicamente, alguno lo hacen cuando intentan rescatar a otros.

Se hubieran perdido muchas menos vidas si hubieran comprendido las cuatro «R» de un rescatador circunstancial: Reconocer, Responder, Rescatar y Revivir.

Entre 1980 y el año pasado, 81 personas murieron ahogadas en Nueva Zelanda tratando de rescatar a otros. De ellos, la mayoría fueron hombres (80%) y tanto los Maoríes (33%) como los Pasifika* (12%) están sobre representados. Todos los ahogamiento ocurrieron en aguas abiertas. Playas (54%) y ríos (22%) fueron los sitios más frecuentes de ahogamiento.

En Australia, Richard Franklin y John Pearn han analizado las pérdidas de vidas de personas que trataban de rescatar a sus hijos en su estudio «Ahogados por amor. La víctima acuática en lugar del síndrome del rescatador». («Drowning for Love. The Aquatic Victim Instead of Rescuer Syndrome.»).

El pasado mes un hombre y su sobrino se ahogaron en la costa de la Bahía Hawkes, mientras trataban de salvar a una joven que llegó por si misma a la orilla. Lo que se suponía iba a ser un fin de semana de celebración familiar se convirtió en una doble tragedia.

Y esto continuará ocurriendo mientras no aprendamos métodos más seguros para rescatar personas en situación de ahogamiento.

Mientras muchos intentos de rescate sigan siendo instintivos, el riesgo de ser uno más en la lista de los fallecidos por ahogamiento es enorme para todos aquellos que no tienen entrenamiento en Socorrismo y rescate acuático.

Un grupo de expertos en prevención de ahogamientos de Watersafe Auckland con dilatada experiencia en Socorrismo han preparado una guía sencilla para minimizar este riesgo.

Usando las cuatro «R»

Reconocer: Un rescatador circunstancial ha de evaluar el estado de la víctima, la urgencia y los peligros de un intento de rescate y, los más importante, buscar un elemento de flotación.

Responder: La prioridad es detener el proceso de ahogamiento proporcionando flotación a la víctima mientras se evalúan los peligros y la urgencia del rescate. Esto es especialmente importante si la víctima no puede ser extraída del agua inmediatamente. Es en este momento cuando el rescatador tiene que buscar o pedir ayuda.

Rescatar: Un rescate con apoyo en tierra o en el agua minimiza el riesgo para el rescatador, pero si es necesario un rescate con apoyo en el agua, el mejor método es no contactar con la víctima utilizando un elemento flotante.

Revivir: Esta fase cubre la posible necesidad de RCP y cualquier otra asistencia médica que sea necesaria.

Los neozelandeses se esfuerzan por comprender las áreas de Reconocer y Responder.

Una encuesta nacional sobre seguridad acuática entre los jóvenes de Nueva Zelanda encontró que el 35% consideran que no tienen ninguna habilidad para rescatar en el agua y que el 59% expresaron dudas sobre su capacidad para llevar a cabo un rescate en aguas profundas.

Un estudio recientemente publicado con 415 personas del último Pasifika* Festival de Auckland del pasado Marzo, sugiere muchas carencias sobre el conocimiento de la seguridad acuática. El estudio sugiere que muy pocas personas serían capaces de abordar las demandas de mantener y transportar una víctima agitada hasta un lugar seguro sin ponerse a sí mismos en peligro.

Los hombres tienen un mayor riesgo de ahogamiento debido a que su confianza en sus habilidades para hacer un rescate o sobreponerse a un problema en el agua sin ayuda es mayor que las habilidades que realmente tienen. Es significativo que muchos más hombres que mujeres (un 55% frente a un 40%) respondieran que intentarían un rescate en el agua. Globalmente, casi la mitad (47%) respondieron que entrarían en el agua para rescatar a una víctima.

La mujeres están más predispuestas que los hombres a buscar ayuda de los Socorristas (65% mujeres frente a 54% hombres) o llamar a los servicios de emergencia (47% mujeres; 44% hombres).

Sin embargo, la opción menos elegida (30%) proporcionar a la víctima un elemento de flotación, sería probablemente la respuesta más efectiva en la mayoría de las situaciones de rescate en aguas abierta.

Por otro lado, más de la tercera parte (37%) de aquellos que no son capaces de nadar100 metros sin detenerse,( y que son casi dos tercios de los que estarían dispuestos) indicaron que realizarían un rescate. Esto sugiere que estas personas con menores habilidades acuáticas estarán en un enorme riesgo de ahogarse al intentar un rescate, por no ser capaces de reconocer sus limitaciones.

Estos hallazgos proporcionan evidencias que ponen en cuestión la capacidad que tienen las personas que presencian una emergencia en el agua de responder como rescatadores. A pesar del deseo de responder realizando un rescate, muchas personas pueden carecer de la competencia física y del conocimiento necesarios que requiere una emergencia de ahogamiento.

Si bien es muy difícil de imaginar no seguir nuestros instintos más profundos y tratar de rescatar a alguien en peligro, especialmente un miembro de nuestra familia, los rescatadores espontáneos deben recordad las cuatro «R»: Reconocer, Responder, Rescatar y Revivir, si quieren intentar un rescate con seguridad.

El Dr. Kevin Moran es profesor titular en educación física y de la salud en la Universidad de Auckland. Ha sido Socorrista durante casi 50 años y todavía ejerce en la Playa Muriwai, cerca de Auckland.

* «Pasifika» y «pueblos Pasifika» son términos utilizados por el Ministerio de Educación para «describir a las personas que viven en Nueva Zelanda que han emigrado de las islas del Pacífico o que se identifican con las Islas del Pacífico, debido a la ascendencia o el patrimonio.

 

Four words to avoid water tragedy

A large number of people drown in our waters every year, and tragically, some drown while trying to rescue others.

Fewer people would be lost if they understood the Four Rs of bystander rescue – Recognise, Respond, Rescue and Revive.

Between 1980 and last year, 81 people drowned in New Zealand while trying to rescue others. Of these, most (80 per cent) were male, and Maori (33 per cent) and Pasifika (12 per cent) people were over-represented. All rescue fatalities occurred in open waters, with beaches (54 per cent) and rivers (22 per cent) being the most frequent sites of drowning.

In Australia, Richard Franklin and John Pearn have analysed the loss of life while trying to rescue children in their study, «Drowning for Love. The Aquatic Victim Instead of Rescuer Syndrome

Last month a man and his nephew drowned off the Hawkes Bay coast while trying to save a young girl who made her own way to shore. What was supposed to be a weekend of family celebrations became a double tragedy.

This will keep happening until we learn safer methods of rescuing people in distress.

While many rescue attempts appear instinctive, the risk of adding to the drowning fatality list is great for those not trained in lifesaving techniques.

A group of drowning prevention experts with extensive lifeguard experience from Watersafe Auckland have devised simple guidelines to minimise that risk.

Using the Four Rs:

Recognise – a would-be rescuer would assess victim distress, the urgency and the dangers in a rescue attempt and, importantly, look for a flotation device.

Respond – the first priority is to stop the drowning process by providing flotation to the victim while still assessing the dangers of a rescue and the urgency. This is especially true if the victim cannot be immediately removed from the water. It is at this stage that the bystander should send for help.

Rescue – a land- or craft-based rescue minimises risk for the rescuer but, if a water-based rescue is necessary, a non-contact rescue using flotation is the safest method.

Revive – this phase covers the possible need for CPR and other medical assistance as required.

New Zealanders struggle to understand the areas of Recognise and Respond.

A nationwide water safety survey of New Zealand youth found 35 per cent considered they had no rescue ability, and 59 per cent expressed doubts about their ability to perform a deep-water rescue.

A recently published Auckland study of 415 people at last March’s Pasifika Festival suggests many lack an understanding in water safety.

The results suggest few respondents would meet the demands of supporting and transporting a struggling victim to safety in the water without putting themselves at risk of drowning.

Men may be at greater risk of drowning because of their confidence (rather than competence) in being able to perform a rescue or get themselves out of trouble without assistance. Significantly more men than women (males 55 per cent, females 40 per cent) indicated they would jump in to save the victim. Overall, almost half (47 per cent) of respondents said they would dive in and rescue the victim.

Women were more likely than males to seek help from lifeguards (females 65 per cent, males 54 per cent) or call emergency services (females 47 per cent, males 44 per cent).

The least frequently chosen response, getting flotation to the victim, (30 per cent) would most likely be, in many open water rescue situations, the most effective immediate response.

More than one third (37 per cent) of those who could not swim 100m – almost two thirds of the would-be rescuers – said they would dive to rescue someone.

This suggests that the least capable would-be rescuers may be at greater risk of drowning by failing to recognise their limitations. The findings provide evidence of questionable readiness to respond in a rescue role as a bystander confronted with a drowning emergency. Despite a desire to respond in a rescuer role, many people may lack the physical competency and knowledge to safely attempt a rescue.

While it is hard to imagine not following your gut instincts and trying to rescue someone in need, especially a family member, would-be rescuers need to remember the four Rs of Recognise, Respond, Rescue and Revive if they are going to attempt a rescue safely.

• Dr Kevin Moran is a principal lecturer in health and physical education in the school of curriculum and pedagogy at the Auckland University faculty of education. He has been a surf lifeguard for almost 50 years and still patrols Muriwai Beach near Auckland.